Hablar desde ojos de mujer

Accésit del XIX Concurso Literario de Artículos de Divulgación de la Psicología de la Demarcación de Gerona, del Col•legi Oficial de Psicòlegs de Catalunya.

Algunos motivos para consultar a un psicólogo

Había una vez una mujer que parecía una súper-mujer porque lo hacía todo y todo lo hacía bien. Pero sólo era una mujer.

Había una vez otra mujer tan crispada, tan crispada, tan crispada, que decían que estaba loca. Pero sólo era una mujer.

Y otra vez había otra mujer que se quejaba de sus males, y parecía que no encajaban en ninguna enfermedad en toda la historia de la psicopatología. Pero sólo era una mujer.

¿Queréis que os explique la historia de estas mujeres que se decían María, Mariona y Marian?
Si no queréis que os la explique, ya podéis iros a otra parte. Si la queréis conocer, continuar aquí.

María tenía 38 años. Se levantaba cada día a las siete y cuarto de la mañana. Se duchaba, se vestía y salía de casa deprisa y corriendo. Antes de las siete llegaba al kiosco a buscar el periódico y justo pasadas las siete iba a la panadería y enseguida volvía a casa con el periódico y el pan calentito para el marido y los hijos.

Y justo al llegar ponía la mesa, hacia el café, calentaba la leche y preparaba los bocadillos. A las siete y media, el marido entraba en la cocina diciendo: “Qué aroma tan bueno hace este café”; y añadía: “¡Qué mujer y qué cocinera que tengo!”, dándole un beso.

A los hijos les sonaba el despertador pero no se levantaban y María los iba llamando: “¿Qué ya sabéis la hora que es?” Todos juntos desayunaban y se iban, el padre a trabajar y ella acompañaba a los hijos a la escuela y rápidamente se marchaba hacia su trabajo.

Pero, María no era feliz. No es que le quedara mucho tiempo para pensar, pero cuando le venía la idea a la cabeza, tenía que reconocer que no era feliz. Trabajaba mucho, eso sí. Y era muy eficiente, eso también. Quizás, incluso, diría que trabajaba demasiado. Pero María no era feliz.

Al mediodía, llegaba a casa y los hijos y el marido iban llegando escalonadamente y con el tiempo justo para comer rápidamente. “Si no fuera por esta mujer – decía el hombre embelesado- no sé que comeríamos. ¡Qué joya de mujer! ¡Qué suerte!

María tenía amigas, esta claro, no os penséis que era una de aquellas mujeres estiradas que caen fatal, porqué miran a todo el mundo por encima del hombro. Y tanto que tenía amigas, pero a veces salía sin ganas, o se enfadaba por nada. O se echaba a llorar y no había quien la parara. “¿Qué te pasa, María? – le preguntaba su mejor amiga, con mucho interés. “Nada” –respondía María. O simplemente no decía nada. “Seguro que te pasa alguna cosa. La gente no llora por nada”. “Yo sí.

No se puede llorar por nada. Debe ser por alguna cosa que te pasa y no te das cuenta. Esto lo dice mi psicóloga”. “¿Pero qué te pasa, María?" – le preguntaba la compañera del trabajo.

No lo sé. Estoy de mal humor. No tengo ganas de hacer nada.

¿Qué no tienes ganas de hacer nada? ¡Pero sí no paras!

La compañera -que era muy perspicaz, siempre deducía las cosas y le sacaba la punta a todo- se preguntaba a ella misma, qué le debía pasar a María, que a veces, estaba triste, como apagadita, arisca...

¿Debía ser, por el ritmo del trabajo? Quizás ella quisiera estar en casa, porque se desvive tanto para que todo esté a punto, que nunca falte nada, que la nevera y la despensa estén llenas, que el marido y los hijos coman bien, que la ropa esté planchada... ¡Siempre está pendiente de todos y para todos, es tan servicial!

No acababa de encontrar la explicación de su infelicidad, de su insatisfacción, y María continuaba sintiéndose triste, desgraciada.

Un día cayó en sus manos un libro de cuentos y aunque cueste de creer en este libro María, pudo leer un cuento que de alguna manera hablaba de ella.

El cuento “La ley del corazón”
Mariona era una mujer de 30 años, que siempre iba muy deprisa y no paraba de hacer cosas, ella misma decía: “Voy como una moto”. Y por eso estaba siempre crispada.
Esta mujer, cuando sólo tenia cuatro años, ya sabia leer y escribir; cuando se fue haciendo mayor ayudaba a los otros a hacer los deberes y leía muchísimo. Tendríais que haberla visto cantando en la coral o tocando el violonchelo; incluso ganó un segundo premio de música de toda Catalunya. Bien, con esto os quiero decir que, era brillante, que tocara lo que tocara e hiciera lo que hiciera, todo lo hacia a las mil maravillas.
¿Pero qué pasaba? Pasaba que llegaba a ser repelente, testaruda, pesada y quería controlarlo todo; se ponía muy nerviosa e intranquila y se crispaba, sobre todo cuando los otros no decían lo que ella creía que tenían que decir o no hacían lo que ella creía que tenían que hacer.
Entre otras cosas, Mariona formaba parte de un grupo de teatro de aficionados, y al final del curso cuando tenían que representar una obra, se encontró a una vecina que le dijo: “Eh, no podemos venir porque vamos a una cena”; y ella rápidamente le contesto: “Puedes quedar otro día para ir a cenar, ven al teatro, es una obra muy divertida y os lo pasareis muy bien...”. No aceptaba ninguna negativa, y si recibía alguna se quedaba abatida y le daba muchas vueltas, porque ella lo hacia con el mejor propósito del mundo y con la intención de hacer contentos a los otros, llegando a perder la calma y a levantar la voz. Y si lo que ella quería era que se entendiera su manera de sentir y de entender las cosas (porque la verdad es que tenia muchas ocurrencias, era muy imaginativa y hacia propuestas muy interesantes) a menudo pasaba que los otros se hartaban, no le hacían caso y la tomaban por loca y de rebote se quedaban preocupados pues creían que el bienestar de Mariona dependía de ellos.

Cuando acabó de leer el cuento, la María se dijo a si misma, ahora comprendo, Mariona justamente con esta crispación los tenía a todos pendientes de ella.

Al atardecer, hacía la cena y preparaba la comida para el día siguiente. Mientras cenaban, miraban la televisión. Y en la televisión vio la telenovela Con el corazón en la mano. Estaba basada en la vida de un pueblo y uno de los personajes era Marian, una mujer inmigrante de 42 años, casada y con dos hijos. De repente María tuvo una sensación de perplejidad, puesto que también se encontró reflejada, a pesar de que su vida no tenía nada que ver con la de aquel personaje.

La protagonista, Marian, cuando comía todo le sentaba mal en el estómago, tenía un dolor en la pierna que no la dejaba caminar, se sentía triste, lloraba con mucha facilidad, no tenia ganas de hacer las coses, quería salir y a la vez le costaba mucho porque se sentía enferma... En uno de los capítulos Marian decide visitar a su médica, que le explicó que no tenía nada –le aclaró, que nada orgánico- y que lo que le pasa tiene el origen en alguna cosa de su vida que quizás no funciona, o quizás tiene que ver con el alma, y por ello le recomienda que vaya al psicólogo. ”¿Quiere decir?, ¿Los psicólogos curan hablando y esto como puede ser?” –preguntaba Marian.

Sí, porque hablarás de todo lo que se te ocurra, de aquello que te haga sufrir y del duelo de aquello que no se puede decir, y es muy importante encontrar las palabras para decirlo y que no sea el cuerpo que lo manifieste”. – respondió la médica.

A Marian se le hacia muy extraño que se pudiera curar hablando y aun así, dio el paso y aceptó la propuesta de la médica.

El psicólogo le dijo “que empezara a hablar de lo que le viniera a la mente en aquel momento, fuera importante o no, tanto si le parecía una tontería como si era alguna cosa seria, de los sueños y de todo lo que recordara". Marian se pasó muchas horas hablando de su historia, de su inmigración, de su soledad, explicaba que a menudo sentía añoranza de los suyos, de cuando iba a verlos, de como lloraba su madre y su padre en el momento de despedirse y decirse adiós, hasta pronto, aquello parecía el fin del mundo. Quizás no era muy exacto pero era así como lo vivía y sacaba algo de su verdad, aquello que le causaba malestar y le hacía daño.

Vivía aquí, pero su alma seguía allá, en el pueblo. Y decía: “Sin darme cuenta me había enfermado para qué tuvieran que cuidarme como cuando era una niña y sentía que estaban por mi y me querían”. Hasta que no vio cual era el origen de su enfermedad, no entendió qué le pasaba y así encontró “un saber hacer en su vida”, recuperando las ganas de vivir.

Después de leer el cuento y ver la telenovela, María, aquella noche, sentada en el sofá de casa y cuando todos ya habían ido a dormir, se sintió un poco perpleja y sorprendida per el hecho de sentirse tan representada en una telenovela como aquella – que mostraba el empuje, el valor y el coraje de una mujer inmigrante-, y decidió tratar justamente esta vertiente que a menudo se deja de lado o de la cual no se habla.

De golpe María se dijo a sí misma: “No estoy segura de que mi marido me quiera... porqué me dice cosas bonitas pero siempre deja que sea yo la que haga las cosas. Bien, quizás tampoco dejo que las hagan los otros, porqué siempre me adelanto y no tengo paciencia, porqué cada cual tiene su tiempo a la hora de hacer las coses. Tal vez, si soy tan servicial, llegan a pensar: que suerte tenemos de tener una hija, una mujer, una madre, una compañera tan maja como María”.

Pero, caramba, esta pasión por ayudar, para tener la casa limpia y ordenada, para ser complaciente, y para adelantarse constantemente a los posibles deseos de los otros, (nunca se había parado a pensar, todo esto) y acaba diciendo: “¿Y yo qué?” (Y por dentro llegó a pensar de mandarlos a todos a freír espárragos).

Hay cosas que se hacen sin pensar, de les cuales no descubres los motivos hasta que no te pasan cosas como estas que hemos explicado o hasta que no se da el paso de ir al psicólogo y reconoces que cada uno es responsable de lo que le pasa y hablando se descubren cosas de uno mismo que sabias sin ser consciente.

Y así acaba el cuento de esta mujer que aún daría para más.


Anna Casino (c) 2012-2024
tlf: 636 861 246

Pulse para ver el Certificado de Web de Interes Sanitario

Web design by Berta FA



Siguenos en FacebookSiguenos en Instagram