Amor y odio. “Nadie es de nadie”

Una de les características de la condición humana es la ambivalencia, no hay amor sin odio, aunque cuesta creer, aún cuesta más reconocer y admitir el propio odio pero lo podemos confirmar a diario en los dramas más cotidianos.

Si el amor une, el odio desune y separa, pero el amor y el odio son vínculos muy fuertes e indisociables, se odia a lo más querido como:

  • La madre creyendo que sólo quiere a su hijo o hija lo protege sin darse cuenta que en este amor, que ahoga, también puede haber odio y puede llegar a surgir cuando el hijo o hija quiera salir de este vínculo.
  • El padre o la madre que quiere cuidar tanto a la hija y no quiere que salga con el chico que le gusta, la puede llenar de odio.
  • Una pareja puede estar unida por un odio intenso y profundo, por un resentimiento soterrado que impide incluso se puedan separar.
  • La chica, que no quiere que la pareja juegue a futbol con los amigos y se enfada porqué quiere ser la única para él.

Un hombre decía: “a mi mujer la quiero demasiado”. El amor tiende a la apropiación de la persona querida, cuando está presente el miedo de ser abandonado. “Eres mi mujer”, pero su mujer no es suya. Nadie es de nadie. A veces, cuando alguien es abandonado todo el amor que sentía se transforma en odio y puede llegar al maltrato, a la violencia e incluso a la muerte. El odio es la continuación del amor, cuando se produce la decepción del amor.

En la vida de pareja o en la constitución de una pareja, el hecho de que tenga que cumplir con la idea de hacer “uno de dos”, de ser juntos uno sólo, con la ilusión de completud, implica un ideal del amor que va junto con la idealización del otro, convirtiendo a la pareja así constituida en una fuente de tensión. Mientras que cada uno vivía más o menos tranquilo, al vivir con el otro puede acabar en un malvivir y en una convivencia infernal.

A menudo se reprocha al otro de estar en falta: por lo que no hace o por qué no está atento o por qué tendría que hacer tal cosa o tal otra y como tendría que ser para ser amable y deseable, esperando siempre que el otro cambie. En esta situación ignoramos y rechazamos que lo que señalamos en el otro hace referencia a algo propio.

Cuando el amor es ciego y no tiene en cuenta que el otro, amado, deseado, con quien hace pareja con la esperanza “de hacerse uno”, “de ser uno”, es “diferente” y no lo reconoce, estamos en el camino de la insatisfacción. La vida de pareja, orientada en este camino, propicia que se instale en una relación fusional o bien en una situación en la que, quien propicia la inestabilidad es siempre el otro, es cuando se le dice al otro: “porque tú haces…” o “porque tú no haces…”, situación que puede conllevar a una gran violencia, la única manera que queda a veces, de seguir juntos y de poner de manifiesto sus diferencias.

Joaquín Sabina lo ilustra de manera sobrecogedora en la canción “Contigo”:
“Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren”.

El amor de una manera u otra está asociado al sexo y no pasa lo mismo con el odio que no está relacionado de entrada con la sexualidad.
En la estructuración de la persona el odio aparece antes que el amor, nace de la repulsa primitiva del mundo exterior, de lo que produce malestar y de lo que resulta displacentero. El odio es uno de los vínculos más fuertes que mantenemos hacia los otros.

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