La ansiedad: la manifestación de tu cuerpo para que escuches tu alma

Todo el mundo experimenta a veces ansiedad de una u otra forma y en grado variable.

La palabra ansiedad se utiliza para describir las reacciones fisiológicas y psicológicas que se producen ante situaciones de peligro. Estas reacciones son respuestas anticipatorias internas, fundamentalmente la intuición de un peligro, de un acontecimiento desagradable, de un sentimiento o de una reacción que nos produce malestar, por ejemplo, cuando tenemos una entrevista de trabajo, antes de un examen, etc.

La ansiedad es necesaria para la vida en algunas circunstancias, pues puede proporcionar una ayuda para escapar del peligro o dar una energía mayor para realizar las actividades.

La ansiedad mínima puede ser útil, y a menudo lo es, porque actúa como estímulo de la creatividad, de la solución de problemas y de la inventiva, pero también puede paralizarte y puede hacerte caer en un estado de ineficacia y de desesperación que te haga evitar situaciones, como por ejemplo salir solo o hablar con la gente.

La incapacidad de afrontar peligros internos y externos, reales o imaginarios puede tener como consecuencia un sentimiento de impotencia, de indefensión, de inadecuación y convertirse en un problema ya que se puede hacer muy difícil realizar actividades cotidianas, como conducir el coche o salir de casa, conllevando una disminución de la calidad de vida.

Hay muchos síntomas físicos que se manifiestan en nuestro cuerpo. Surgen como una manera de preparar al cuerpo para hacer frente a una supuesta amenaza. Los síntomas son muy desagradables y algunas veces aparecen sin razón aparente, de manera que las personas pueden pensar que padecen un problema físico grave o que algo terrible va a suceder. También es importante saber que esos síntomas no son peligrosos.

Algunas de las sensaciones que se pueden experimentar pueden ser: palpitaciones, respiración rápida y menos profunda, opresión en el pecho, falta de aliento, sequedad de boca, ahogo, estómago revuelto, mareo, dolor de cabeza, visión borrosa, pitidos en los oídos, tensión en el cuello, hombros tensos, cansancio, sudor excesivo, ganas de ir al baño, tensión muscular, debilidad o temblores, sensación de locura, de muerte inminente…

El cuerpo con sus síntomas habla de lo que no podemos expresar en palabras. Si no nos cuestionamos sobre lo que nos pasa y no escuchamos lo que nos dice “qué hay algo que resolver”, porque nos cuesta admitir que pueda ser una dolencia psíquica, lo que hacemos es atribuirlo a algo físico: la sensación de mareo al calor o quizás a la presión baja, la opresión en el pecho a los nervios, etc.

Hay muchos posibles factores desencadenantes de la ansiedad. A menudo se inicia durante los períodos de estrés psíquico o físico.

Algunos ejemplos de estrés psíquico son: ruptura de una relación, discusiones graves, presión del trabajo, problemas económicos, pérdida de alguien cercano, ideas y sentimientos que no podemos tolerar, etc.

Algunos ejemplos de estrés físico son: falta de sueño, enfermedad física propia o de algún familiar, abuso de alcohol o drogas, accidentes de tráfico, etc.

También hay que tener en cuenta que algunas personas son más vulnerables y tienen, por tanto, mayor predisposición a padecer ansiedad, como las que tienen una personalidad ansiosa, con tendencia a la preocupación excesiva o las que han tenido experiencias difíciles en su infancia, etc.

Si bien es cierto que en la época actual se vive en un estado de ansiedad, por las presiones de la vida moderna, la incertidumbre, la inestabilidad económica, etcétera, no todos respondemos de la misma manera, cada uno de nosotros respondemos de manera singular. Por ello es importante la oportunidad de, con la palabra, situar lo que te pasa y descifrar en tu historia el sentido de los síntomas y el sufrimiento.

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