Dolor por la muerte de una persona amada

Al conocer que alguien muy querido ha muerto, nuestra primera reacción será ¡No puede ser!, ¿Cómo es posible? No nos lo podemos creer. En un primer momento de negación, tenemos la fantasía de que estamos soñando, que no es posible que haya pasado: ¡Esto no me puede estar pasando a mí! No paramos de darle vueltas. ¿Por qué a él? ¿Por qué ahora?

Después de pasar por la incredulidad tomaremos consciencia y sentiremos el penetrante dolor de la pérdida, y nos quedará una sensación de vacío. Más adelante surgirá la rabia y la ira, nos enfadaremos y hacemos responsables de la muerte, a los médicos si ha sido por una enfermedad o en una intervención quirúrgica, al que conducía si fue en un accidente, a Dios y lo cuestionaremos (si somos creyentes), o al mundo y la vida.
También nos podemos enfadar con la persona que ha muerto porque nos ha abandonado y nos ha dejado solos sin él o ella.
Es importante expresar la rabia para podernos liberar de ella.

En el proceso del duelo puede surgir la culpa: culpables por enfadarnos, por no haber podido evitar su muerte, si no le hubiera dicho que se operara o le hubiera tenido que decir que no se operara, que no cogiera la moto o el coche si acababa de sacarse el carnet de conducir.
Nos sentimos mal por habernos enfadado con él o reñirlo porqué comía demasiado o por no querer salir a pasear y ahora ya no se puede hacer marcha atrás y nos acusamos de no haber sabido hacerlo mejor.

Más adelante surgirá la tristeza, el desconsuelo y la soledad. Es importante vivir el dolor de la etapa de la tristeza y soportar el gran dolor de la pena, el dolor del corazón y del alma para aceptar la pérdida, aunque nos parezca imposible que cicatrice la herida del alma.
El dolor puede enseñarnos a dar un nuevo sentido a la vida y a cambiar valores y prioridades.

La muerte de una persona estimada es una experiencia muy dolorosa pero cada uno manifiesta el dolor a su manera. Sentir y expresar el dolor, la tristeza, la rabia o el miedo frente a la muerte de una persona querida, conduce a curar el dolor por la pérdida.

Los rituales o ceremonias han cambiado, ahora ya no se vela a los muertos en casa, sino en los tanatorios. Sirven para ayudar a enfrentarnos a la muerte, para expresar públicamente el dolor, para que nuestro grupo social conozca la pérdida, para compartirlo con la familia y los amigos, nos permiten expresar nuestra solidaridad y apoyo y despedirnos de la persona muerta. Después hay quien necesitará ir al cementerio, quien no querrá ir, quien quiera estar solo para llorar su dolor y quien preferirà estar en buena compañía para compartirlo.

La muerte de una persona querida nos deja como una casa desmoronada y nos tendremos que restaurar.

Los intentos para salir de esta situación tan desesperante, nos asustan y nos hacen pensar que nos estamos volviendo locos, porque podemos tener algunas percepciones y sensaciones extrañas como: sentir la voz de la persona que ha muerto, oír que nos llama, sentir un ruido, verla por la calle o conduciendo un coche, encontrar a alguien que se le parece. Quizás necesitamos ponernos un jersey o alguna pieza de la persona para sentirnos cerca de ella. Aunque sabemos que no es cierto, tenemos la impresión de que el otro está aquí. Nos cuesta hacernos a la idea de no poder volver a verle.
Vaciar sus armarios porque ya no necesita la roba y desprendernos de su presencia en la casa, es dejar de aferrarnos a sus pertenencias y a la idea de que volverá.

El duelo no es una enfermedad, pero sin embargo muchas personas padecen trastornos del sueño y  otras tienen algunos síntomas similares a los que llevaron a la persona amada a la muerte, si fue por enfermedad, como por ejemplo una tos o un dolor en alguna parte del cuerpo.

Más adelante, quizás nos encontremos haciendo cosas dedicadas a esta persona, o que tienen que ver con el vínculo que teníamos con ella, transformando la energía ligada al dolor en una acción para llegar a la aceptación.
Esta persona amada murió y algo de esta persona queda en mí. El hecho de que se haya muerto no significa que tú también hayas de dejar de vivir.

En los duelos aprendemos a enfrentarnos con las pérdidas desde un lugar diferente, es decir, no sólo desde el lugar inmediato del dolor, sino también desde la posibilitad de valorar el recorrido de lo que vendrá. Lo que vendrá después de haber llorado muchísimo, después de elaborar el dolor de la ausencia, es el encuentro con uno mismo.

El dolor se calma cuando la persona que vive el duelo acepta que seguir con su propia vida no eliminará nunca el amor por la persona amada desaparecida.

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