Aunque es muy doloroso y difícil hablar de la muerte de alguien de la familia con el niño, es mejor hacerlo y no poner un velo de silencio.
La excusa de que el niño no se da cuenta, de que así no sufrirá, de que no entenderá que es la muerte, es apartarlo de la realidad en la que está viviendo. El niño percibirá la expresión cambiada, la reacción y el llanto de los adultos, los cambios del día a día, la ausencia de la persona que ha muerto y evidentemente, se da cuenta de que algo pasa y le afecta.
Esconderle la noticia de la muerte es excluirlo de poder compartir la situación de duelo con la familia.
Permitir al niño participar en el velatorio, el funeral y el entierro, acompañándolo con palabras sobre lo que verá, qué escuchará y explicándole por qué lo hacemos, puede ayudarlo a comprender y a iniciar el proceso de duelo. Le puede ayudar comentarle que morir es dejar de vivir, que el cuerpo deja de moverse, de hablar, de respirar, de comer, de tener sed, de tener frio, de tener calor y ya no siente nada.
A menudo su manera de manifestar el dolor por la pérdida suele ser:

- Por los cambios de carácter
- Cambios de humor
- Puede bajar el rendimiento escolar
- Aumento o pérdida de las ganas de comer
- Dificultades para dormir
Cuando se vuelve a la cotidianidad, es importante hablar de la persona que ha muerto, de cómo era, de las cosas que hacía, de lo que le gustaba: “a papa le encantaba el actor Clint Eastwood”, recordándola hacemos que siga viviendo en nuestra mente, en nuestro corazón y al mismo tiempo vamos elaborando el duelo por la pérdida.