La competitividad forma parte de la dinámica de nuestra sociedad y nos arrastra con frecuencia a huir hacia adelante para conseguir un estatus mejor o para mantener el actual.
Invertir en un futuro incierto, sacrificando el presente, se nos lleva a menudo nuestra oportunidad de ser nosotros mismos y de tener nuestra identidad de sujetos, originales y diferenciados de los otros pese a las circunstancias y situaciones generadoras de estrés. Algunas manifestaciones para identificar el estrés:
Consciencia de tensión. El sujeto bajo condiciones de estrés acostumbra a ser consciente de que se encuentra tenso, nervioso, con poca capacidad de control, sintiéndose inseguro. Hipersensible a la frustración y poco sensible a la gratificación.
Bajo rendimiento. Se cometen más errores y se reacciona de forma más agresiva frente a las frustraciones.
Falta de tiempo libre. No puede disponer de un tiempo libre y de ocio.
Reducción de la motivación. Tiene dificultad para conectarse emocionalmente con sus motivaciones y deseos.
Tendencia a generar enfermedades y/o trastornos psicosomáticos. La tensión afectará principalmente a aquellos órganos más sensibles o más debilitados.
Reducción del deseo y de la capacidad sexual. Disminuirá su interés por la relación sexual.
Pesar por las responsabilidades y obligaciones. Se siente atrapado por sus deberes, sin valorar sus posibilidades ni encontrar alternativas.
Ambivalencia frente al factor tiempo. Tiende a sentir que no tiene tiempo, que “no llega” para realizar sus tareas. Y cuando tiene tiempo para descansar busca para hacer alguna actividad.
Pérdida del rol de sujeto y asunción del rol de objeto. Siente que ha perdido su protagonismo y asume una posición más de objeto que de sujeto con posibilidades de elegir y decidir.
Frecuentes trastornos del sueño. Dificultad para desconectarse, afectando al ritmo, amplitud e intensidad del sueño.
Cada sujeto tiene su manera de reaccionar ante las exigencias del entorno, dependiendo de su biografía y su situación actual en el contexto biopsicosocial. Es decir, no sólo existe la presencia de factores externos generadores de estrés, sino que también contribuye la propia percepción y vivencia particular de cada situación. Por tanto, al conocer y comprender la dinámica del propio funcionamiento personal promueve la posibilidad de realizar cambios.